Enrique y Antonio García Pardo son dos hermanos muy bien avenidos, compenetrados y afines. Tal es su afinidad, que a la hora de decidir sobre cualquier cuestión podrían parecer que son una sola persona. Son considerados en el pueblo como ejemplo de seriedad, honradez, moralidad y laboriosidad.
Son miembros de una familia de siete hermanos: Asunción (fallecida recientemente), Germana, Adolfo, Piedad (fallecida a los seis años de edad), Enrique, Maruja (fallecida con catorce años) y Antonio.
Foto de los cuatro hermanos que actualmente viven:Enrique, Germana, Antonio y Adolfo.
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D. Adolfo, de 84 años de edad. Respetado y querido por sus compañeros de la fábrica donde desempeño el puesto de encargado.
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Dª Josefa Pardo García y D. José García Pardo, padres de los hermanos García.
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Primera casa de la familia García en la calle D. José María García Reyes.
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Segunda casa de la familia García en la calle San José nº4 (Actualmente es la casa de Dª Enriqueta Pardo García).
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Apuntes biográficos de esta familia:
Los abuelos paternos fueron D. José García Valiente, de apodo “El Giloso” y Dª Ana María Pardo.
Por parte materna los abuelos fueron D. Germán Pardo García y Leonarda García Piqueras.
La familia formada por Dª Josefa y D. José , padres de los hermanos García, era estable y económicamente acomodada para los tiempos que corrían, cuando la mayoría de la gente de Villa de Ves era muy humilde y muchos no tenían tierras rentables ni medios para cultivarlas y no había tampoco donde conseguir un jornal. La mayoría eran braceros y otros pocos tenían un burro – algo que mejoraba la situación pero no era suficiente por lo duro que es el campo de secano -.
Como decía, este matrimonio gozó de una situación mejor que la media porque había heredado bancales de tierra muy productiva.
D. José García era muy trabajador y además tenía dos mulas sanas y fuertes, todo ello favorecía la prosperidad de la familia.
Piense el lector que en aquellos tiempos, poseer dos mulas y saber trabajar con ellas podría compararse en la actualidad con quien tiene dos tractores.
Pero la situación se tornó trágica para esta familia, pues ocurrió que, una oscura y fría noche de invierno, algo cambió sus vidas.
Por la madrugada al empezar la jornada de trabajo, lo primero que se hacía era ir a la cuadra y darle comida a las mulas, mientras los miembros de la familia almorzaban una sartén de gachas o patatas. José padre envió a Enrique a darle la comida a las mulas pero Enrique volvió corriendo con una noticia inquietante, las mulas no estaban. José fue a cerciorarse de la situación y se percató de que faltaban también las mantas de las mulas y sus cabezales. Estos datos le confirmaban que habían sido víctimas de un robo.
No es que fuese fácil robar animales en esa época, de hecho se guardaban con celo y casi todos los hogares tenían un perro que podía ladrar a los desconocidos, pero en este caso cuentan que el perro estuvo una semana atontado. Probablemente lo drogaron o intentaron envenenarlo.
Avisaron rápidamente a familiares, amigos y a la Guardia Civil, iniciaron la búsqueda de las mulas por los alrededores siguiendo las huellas de herraduras por los caminos pero era una tarea difícil porque en esa época era habitual el uso de animales y los caminos estaban llenos de huellas confusas.
Tras varios días de búsqueda desistieron desesperanzados y solo les quedaba plantearse un modo de rehacer su vida. Este matrimonio era gente decidida y valiente por lo que se enfrenaron a la situación y apostaron por comprar otras dos mulas para seguir cultivando el campo. Sin embargo, no había dinero, por lo que vendieron la primera casa que he detallado antes, y junto al dinero que recibieron por la venta de algún bancal más, compraron dos mulas nuevas. Debo resaltar que una mula se cotizaba mucho en esa época, pudiendo alcanzar el precio de 28.000 pesetas aproximadamente, como un tractor de nuestros tiempos.
Pero la mala suerte se iba a cebar con esta familia, pues resultó que una de las mulas se la vendieron enferma sin advertirlo y al poco se murió. Todos los hechos relatados mermaron la salud de D. José, quien desde el robo de las mulas sufría de una úlcera de estómago y fue deteriorándose por el estrés hasta que falleció al poco tiempo de estos hechos a los 54 años de edad, en el año 1947.
Por otro lado, entre los años 1944 y 1948, Adolfo, uno de los hijos, estuvo enfermo por un problema óseo y pasó un tiempo ingresado en el hospital viejo de Valencia donde se recuperó pero quedó limitado para el trabajo duro del campo por lo que emigró a Valencia y encontró trabajo en una fábrica. Esto planteaba un escenario difícil para la familia pues los varones son los que se suelen encargar del campo, y le tocó asumir esta responsabilidad a Enrique, quien contaba por entonces con solo doce o trece años. Pasó repentinamente de niño a cabeza de familia. Realizaba toda la faena que conlleva el cultivo: Labranza, siembra, siega, trilla, etc. Aunque tenía el apoyo de su madre, ella también tenía labores del hogar, su hermana Germana estaba casada y también debía atender su hogar aunque les ayudaba en lo que podía; su hermano Antonio solo tenía cinco años y poco podía colaborar.
Con Enrique a la cabeza y Antonio creciendo pasaron los años de lucha, esfuerzo, sacrificio, calamidades climatológicas, etc. En esta economía de subsistencia no había dinero corriente y en todos los hogares se tienen necesidades que no se pueden cubrir solo con lo que da el campo o el trueque, por este motivo, siendo Enrique más mayor, se decidió por buscar faena fuera del pueblo y acabó trabajando en un pueblo de Huesca, en 1955, para la construcción de una central hidroeléctrica junto con otros habitantes de Villa de Ves: Emilio de la Benedicta, Luis Jiménez y Fulgencio el de Román. Durante este tiempo se hizo cargo del campo el hermano pequeño, Antonio. Dado que era más rentable ser asalariado, Enrique decidió abandonar definitivamente el trabajo del campo. Solo volvía para la época de la siembra para ayudar a su hermano y volvió a marcharse, esta vez a Valencia.
A partir de este momento, Antonio con dieciséis años tuvo que hacer de cabeza de familia y realizar todas las tareas del campo. Siempre con la esforzada ayuda de su madre y su hermana Germana.
Cuando llegó la época de la siega, Enrique volvió para echar una mano, pidió unos días de permiso en su trabajo y vino al pueblo. Después de este permiso, toda la faena volvió a recaer en Antonio y su madre. Acarrear la mies con el carro, tender la parva, trillarla, ablentar, recoger y subir el grano a la cámara, retirar la paja de la era y guardarla en el pajar, etc.
Antonio trabajaba sin cesar desde las cuatro de la madrugada hasta las doce de la noche, y así sucesivamente. Día tras día.
Estimados lectores, quien conozca un poco el trabajo del campo puede considerar imposible que un chaval de dieciséis años, con la única ayuda de su madre, fuese capaz de realizar tan dura faena. Pero Antonio era más duro que las piedras – tal como se dice por estas tierras – y recuerdo que yo tenía 8 años por esa época y oía comentar a mis padres las virtudes de aquel chaval capaz de realizar el trabajo de tres adultos.
Con este relato solo pretendo demostrar el tipo de vida de nuestros antepasados y las adversidades que se les presentaban a las familias. Como habéis leído, las veleidades del destino, como la muerte de una mula o un cerdo, sufrir un robo inesperado, o una mala cosecha, ponían en peligro el sustento de una familia para un año.
Historias como esta hay muchas más en el pueblo e intentaré recuperarlas de la memoria colectiva antes de que desaparezcan para siempre de la historia.
EL TIRÓN DE LA TIERRA QUE TE VIO NACER:
Los hermanos García están muy arraigados a su pueblo, su corazón y sus sentimientos están unidos a la tierra que les dio la vida y los vio nacer. Enrique vive en el pueblo todo el año y es como si fuese una enciclopedia de la historia de Villa de Ves; para casi todo lo que le preguntas encuentra una respuesta.
Antonio, en mi opinión, es como el embajador de Villa de Ves en Valencia, prueba de ello es que ha llevado de visita al pueblo a una multitud de amigos y conocidos suyos; de entre estos conocidos ha habido algún concejal e incluso un alcalde de Xirivella, también un diputado del Congreso. Esto demuestra que está orgulloso de su pueblo. “Sigue así, Antonio. No te equivocas”.
CONOCEDORES DE SU TIERRA:
Los hermanos García son conocedores de la calidad de la tierra que cultivan, según su ubicación realizan diversos tipos de cultivo.
Han optado por usar técnicas de cultivo respetuosas con el medio ambiente y para las personas, es decir, agricultura ecológica.
Por ejemplo, a la hora de abonar el campo, solo utilizan estiércol de ganado.
En la agricultura hay que tener en cuenta la interrelación de los procesos naturales, y conocer que cada acción sobre nuestro campo implica una respuesta de la tierra, con resultados diferentes en el producto o cosecha. A continuación trasladaré esta filosofía al caso de Antonio y Enrique.
LAS TOMATERAS Y SUS CONSERVAS:
En otoño, Enrique, ya elije el campo que va a plantar de tomateras y comienza a preparar el barbecho. En marzo planta sus tomateras de la especie de tomate valenciano de tipo pera. Por lo visto es el que más producción genera y es el más adecuado para hacer conserva. Una vez plantadas las tomateras, Antonio y Enrique las cuidan con esmero y dedicación, como estamos en tierra de secano, controlan la humedad de la tierra y, si no llueve, Enrique recoge agua del aljibe del pueblo con unos depósitos grandes que transporta con el remolque de su tractor. Una vez llegado al campo, deja los depósitos conectados a una red de goteo que tiene instalada en el terreno y así incrementa la producción de tomates.
Enrique llenando depósitos en el aljibe del pueblo. |
Enrique con el tractor transportando
agua a su campo de tomates.
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Remolque con los depósitos conectados a la red de goteo
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foto del campo de tomateras. |
En verano, cuando más tomates hay, Enrique, Antonio y sus familiares, recolectan y hacen conservas de tomate de forma casera y tradicional, al baño María. En las mejores cosechas pueden llenar más de 2000 botes y así consiguen tomate en conserva para todo el año y para toda la familia.
Dª Pepita y Antonio seleccionando tomates
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Antonio llenando botes de tomates. |
Luciano y Esther pelando tomates. |
Tomates de pera, pelados y listos para llenar los botes.
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LOS ALMENDROS
Enrique y Antonio cuidan sus campos de almendros de la especie marcona y largueta con especial esmero y mimo.
Uno de los campos de almendros
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Este cultivo se basa principalmente en dos técnicas básicas: la labranza y la poda.
La labranza la realizan ahondando poco los arados del tractor, de tal forma que consiguen matar las malas hierbas, oxigenar la tierra y desapelmazar la tierra para que el agua de la lluvia penetre bien hasta las raíces de los almendros.
Almendro en flor de los hermanos García.
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Fotos mostrando la producción de los almendros
de los hermanos García.
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Conocedores de los diversos tipos de poda y sus efectos, aplican a cada árbol un tipo de poda individualizado según la vigorosidad o debilidad del mismo. Aplican habitualmente tres tipos de poda: Poda de formación, poda de producción y poda de rejuvenecimiento.
Con estas técnicas, nuestros amigos consiguen una producción de almendra por encima de la media en la zona.
Enrique en su campo de almendros
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Enrique mostrando sus almendros a unos amigos, Andrés y Vicente. |
RECOGIDA DE LA ALMENDRA:
El periodo de recogida de la almendra se realiza entre septiembre y octubre, cuando la piel verde que la cubre empieza a abrirse. Es entonces cuando se extienden lonas o redes bajo el almendro y se varea con unas varas largas para que caigan de las ramas al suelo conde quedan recogidas al plegar las lonas.
DESECADO DE LA ALMENDRA:
La desecación se realiza de forma natural. Se extiende el fruto en el suelo, normalmente el corral de la casa, y se exponen al sol y el aire durante varios días, volteándolas periódicamente hasta que la almendra pierde la humedad que posee.
Antonio García en el corral desecando las almendras de la cosecha.
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AGRADECIMIENTOS:
Gracias a todos los hermanos García por su colaboración. Adolfo, Enrique, Antonio y Germana García Pardo, por su aportación a mis notas, y por el esfuerzo de la búsqueda de fotos antiguas, así como por su solidaridad por permitirme compartirlas con quienes leéis estas líneas.
Aprovecho la ocasión para agradecer a Dª Germana su atención hacia mí y su agradable hospitalidad al recibirme en su casa de Xirivella cuando emigré a Valencia con dieciséis años para trabajar. Siempre me sentí como un hijo más.
Y, para despedirme, como siempre, un sincero agradecimiento a todos los lectores y simpatizantes de mi blog. Un abrazo.
Texto e investigación: Vicente Jiménez García.
Montaje: Vicente Jiménez Cruz.