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La creación de este blog se debe a mi interés por recuperar las raíces de mi pueblo: su historia natural y popular.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Diego Plazas Llamas y Fulgencia García Molina

 El matrimonio formado por Diego y Fulgencia ha sido una referencia moral para los vecinos de Villa de Ves

Breve biografía de Diego Plazas:

Nació el 10 de julio de 1920 en la localidad de Lorca, Murcia; fruto del matrimonio formado por José Plazas, natural de Murcia y María Josefa Llamas de Fernández, natural de Almería.
 En torno al año 1921 - con motivo de las obras de construcción de la central hidroeléctrica del Tranco del lobo en Casas de Ves – los padres de Diego, un bebé con meses de edad, decidieron trasladarse a estas tierras en busca de trabajo. Dado que las obras se desarrollaban en un paraje aislado, lejos del casco urbano de Casas de Ves, tuvieron que buscar un lugar donde cobijarse, y lo más cercano que encontraron fue una casa de campo habitada por una familia de agricultores, los cuales pudieron alquilarles una habitación. Esta casa está situada a dos kilómetros del Tranco del lobo, aproximadamente, y se ubicaba en una parcela a orilla del Barranco de Mingo Andrés, por lo que la casa siempre se ha conocido con el nombre de Casilla de Mingo Andrés.
En aquella época los dueños de la casa eran D. Cipriano Arocas y su mujer María. Este matrimonio, junto a sus hijos, labraban las tierras de alrededor, en la partida de las Herradas de arriba – terrenos de labranza que forman parte del paraje denominado por la gente de Villa de Ves como: “El otro lado” - . Uno de los hijos de esta familia, Rogelio,  será protagonista importante en esta historia, aunque lo volveré a  mencionar más adelante.
Las dos familias convivieron felizmente en aquella casa durante el siguiente año, se compenetraban bien, aunque con cierta intimidad, respetando sus espacios pero como si formasen una sola familia. María Josefa, madre de Diego, era una mujer guapa y lozana, con la gracia que suelen mostrar las andaluzas, con ciertas dotes para el canto, y también era una mujer muy trabajadora; como dirían por estos pueblos: “era una mujer como la copa de un pino”.
Estos encantos no pasaban desapercibidos para Rogelio Arocas, hijo de Cipriano, sintiendo una gran simpatía por ella. Sin embargo, al cabo de un año, se avecinaban cambios para esta comunidad. Con la esperanza de mejorar la situación económica y laboral de la familia, José Plazas, padre de Diego, planeaba emigrar a Argentina. Esto no gustó a María Josefa por el cambio tan brusco que suponía viajar en barco a otro continente con un bebé de apenas un año, adaptarse a un lugar extraño y cualquier motivo más que sentiríamos todos al abandonar lo que consideramos nuestro hogar. Esta situación generó desavenencias en el matrimonio pero al final se impuso la decisión del marido. Así, como paso previo al viaje, tenían que ir a Barcelona, de modo que los tres partieron sin perder más tiempo.
Es en este punto donde Rogelio Arocas cobra protagonismo, pues, consciente de que María Josefa no quería ir a Argentina y que prefería quedarse en Villa de Ves, no dudó en ir a Barcelona a por ella y el pequeño Diego. Como sabía la dirección de los familiares catalanes de José Plazas, fue allí y ofreció a María Josefa la posibilidad de quedarse con él y su familia.
El resultado fue que José Plazas se marchó solo a Argentina y dejó a su mujer e hijo pequeño en España, y Rogelio asumió el papel de padre adoptivo de Diego. En adelante, Rogelio y María Josefa vivieron en pareja como si se tratase de un matrimonio. A estas alturas, ambos eran conscientes del amor que sentía Rogelio por ella.
Diego tuvo todo el cariño que tendría un hijo biológico, no le faltaban atenciones por parte de su nueva familia, todos querían a Diego por ser el “pequeñín” de la casa, sus abuelos, tíos y padres.  Por supuesto, cuando tuvo edad para entender la situación, sus padres se lo explicaron todo.
Pasados unos años, gracias a que en esa época un hermano de Rogelio trabajaba en el ayuntamiento de Villa de Ves, pudieron hacer los trámites legales de separación del anterior matrimonio y casarse formalmente en segundas nupcias.

Este matrimonio ya no tuvo más hijos porque María Josefa tuvo alguna complicación en el parto de Diego, que le impidió ampliar la familia, pero eso no supuso un obstáculo para ser felices los tres juntos. Cuando hubo oportunidad, se trasladaron a un domicilio nuevo en Villa de Ves (aldea conocida actualmente como Barrio del Santuario). Este primer domicilio era una casa pequeña junto a la casa de María de Leonor, y Natividad y Eduardo. Aunque posteriormente se trasladaron de nuevo a otro domicilio en la calle Canaleja, en la casa que todos los vecinos conocen como Casa de Rogelio.

 Fulgencia y su hijo Fulgencio. Estado actual de la casa de Rogelio. Se puede apreciar parte de la cueva.


La mitad de esta casa estaba dentro de una cueva, cosa habitual en este pueblo y en aquellos tiempos. En la actualidad solo han sobrevivido unos restos de las paredes enlucidas de algunas de las habitaciones.

Restos de las paredes con enlucido en el interior de la cueva.

Entre el material que conforma la cueva se pueden observar restos fósiles de moluscos prehistóricos, otra característica habitual en el terreno de Villa de Ves.
Finalmente hubo otro traslado de domicilio a la actual localidad de Villa de Ves, a la casa que todos conocemos como la Mansión de los Plazas. 

Rogelio y Mª Josefa en la actual Villa de Ves mostrando con orgullo una paella que hizo su nuera Fulgencia durante una de sus visitas desde Valencia.

Retomando la historia de Diego, podemos afirmar que fue un niño especial, alegre, despierto, noble y con un amor desbordante hacia sus padres y familiares. Desde que comenzó a asistir al colegio se mostró aplicado y obediente, muy laborioso, y con ganas de aprender. Por desgracia, no todos los días podía ir a clase, pues como tantos otros niños de su época, debía ir al campo a trabajar junto a sus padres, donde era más útil para la economía familiar. También le gustaba ir a misa, y se ofreció como monaguillo de la Iglesia del pueblo, cuyo párroco era D. Alfredo Carrión. Este cura, aparte de administrar la parroquia, también hacia de profesor en el Molinar, donde enseñaba a los hijos de los empleados de Hidroeléctrica. Advirtiendo el interés que mostraba Diego, D. Alfredo le mandaba deberes y se los corregía. Esta especie de educación particular permitió que Diego tuviese un nivel intelectual por encima de la media entre los niños del pueblo.
La vida seguía, y Diego crecía disfrutando de su pueblo con sus amigos de infancia. Uno de los entretenimientos que tenían los chicos de su edad era reunirse  al atardecer cerca de la” fuente del chorro”, fuente pública a la entrada de la aldea sobre la que actualmente descansa una placa en honor de D. Benito García Fernández, quien en 1878 la mandó construir.
Como decía, era un punto de reunión y donde relacionarse, y era aquí donde  los chicos esperaban para ver a las chicas cuando iban a llenar de agua los cántaros para sus casas. Según palabras de Diego,[ “… a ellas les sucedía lo mismo, aprovechaban la excusa de esta labor para charlar con los chicos”],[ “Los chicos decían: Mira, ahora llega la de aquel, o la del otro; pues mira por dónde viene la tuya”, mientras que yo, para mí decía: “… y la mía no llega, y los minutos se me hacían horas, pero cuando la veía venir con la cara alegre y sonriente, todo el remordimiento que en mi reinaba, en un instante desaparecía.”]
De esta forma, a los dieciséis  años  Diego se hizo novio de Fulgencia, que tenía catorce años, y era guapa, simpática y lozana.

Diego y Fulgencia frente a la fuente del chorro, cerca del lavadero, recordando tiempos pasados.

Poco duró la alegría de la pareja de novios recién declarada, pues, a los pocos meses, a consecuencia de la evolución de la Guerra Civil Española, Diego fue llamado a filas para combatir en lo que se llamó Quinta del chupete en alusión a la juventud de sus reclutas. En el caso de Diego, contaba 16 años de edad y fue destinado a Madrid, en el Jarama. Estaba enamoradísimo de su novia, le escribía todos los días que podía, y en la mayoría de estas cartas había una poesía para su amada, compuesta por el mismo. Algunas de estas poesías todavía son recordadas por su mujer como el primer día que las recibió. Así, por ejemplo, decía:
 “Eres linda, muy  linda
y al mismo tiempo graciosa,
mi corazón en ti se brinda
por si quieres ser mi esposa”

Y también en esta, escribía:
“Estoy entre montañas,
escondido entre peñones.
Pero ya llegará el día
de juntar los corazones”.

Cuando terminó la guerra civil, Diego volvió al pueblo y siguió enamoradísimo de Fulgencia. Continuó en su casa, ayudando en las labores del campo a su padre, Rogelio, hasta que se casó con Fulgencia. A pesar de la alegría que suponía esta ansiada unión, en las familias de ambos existía cierto recelo. Los padres de ella pensaban que era todavía muy joven para casarse, y los padres de él no veían en ella una esposa ideal para su hijo, pues, tratándose de una hija de un empleado de hidroeléctrica española, consideraban que no sabría dedicarse a la agricultura.
Finalmente, hubo boda, y los dos enamorados formalizaron su unión.

Diego y Fulgencia durante la celebración de sus bodas de oro

Matrimonio de Diego y Fulgencia:

El 5 de mayo de 1942, en la iglesia del Santuario del Cristo de la Vida, Diego y Fulgencia contrajeron matrimonio, la ceremonia fue oficiada por D. Alfredo Carrión. Al terminar la ceremonia, se fueron a casa de los padres de Fulgencia y ese día la madre, Avelina, cocinó algo especial, y se reunieron las dos familias y pocos invitados más. Su luna de miel consistió simplemente en poder salir solos a pasear esa misma tarde, sin la supervisión de los padres; pasearon hacia la Huerta somera.

Para vivir su vida independiente, el matrimonio se instaló en una casa de alquiler que era muy pequeña, junto a la casa de María de Leonor, y de Natividad y Eduardo. Diego siguió trabajando un tiempo con su padre pero sin un sueldo estable, por lo que si quería mejorar y ofrecer un porvenir a Fulgencia y los futuros hijos, tenía que buscar un trabajo distinto.
Tuvieron cuatro hijos: Rogelio, que nació en el pueblo; Avelino, que falleció; Fulgencio, nacido en Benajeber, y Aurora, que también nació en el pueblo.

Hijos de Diego y Fulgencia: Rogelio, Fulgencio y Aurora.

Encontró un trabajo como mozo de mulas en una casa de campo situada en el campo de Requena, junto a las casas de Eufemia, llamada el Cabildo. Allí se instalaron Diego y Fulgencia, con pocas comodidades, pues entre otras cosas, no había agua y Fulgencia debía acarrear agua todos los días desde la aldea de Casas de Cuadra. Diego también dedicó parte de su tiempo a dar clases a los agricultores de los alrededores por la noche.
Más adelante se marchó en busca de trabajo a Benajeber, donde la construcción del nuevo embalse requería mano de obra. Aquí se dedicó a manejar grúas, y fue capataz de la brigada de trabajadores. Con esta experiencia volvió al pueblo para trabajar en el embalse de El Molinar, y más tarde se marchó a Valencia para trabajar en Cobra, una empresa dedicada a instalar tendidos eléctricos, uno de cuyos fundadores, el señor Macister, también era oriundo de Villa de Ves y amigo de Diego.

Diego junto a sus compañeros en el embalse de El Molinar.


Diego junto a sus compañeros de Cobra.


En su paso por Valencia, vivieron en Algemesí. Un día, la brigada donde trabajaba Diego recibió un aviso para reparar una avería en Xátiva, se trasladó allí y, como hacía habitualmente, se colocó los aparejos de trabajo: cinturón y trepadores, se encaramó al poste de madera y trepó. Cuando alcanzó la parte más alta, el poste se quebró y Diego cayó al suelo recibiendo un fuerte golpe y el impacto del trozo roto del poste. Por lo visto, el poste estaba podrido por dentro.  Fue trasladado al hospital de la cruz roja en Valencia donde le diagnosticaron varias fracturas en clavícula, fémur, rodilla y costillas; estuvo ingresado con pronóstico grave seis meses. Cuando recibió el alta médica, le quedó como secuela una parálisis de la parte derecha de su cuerpo y una gran limitación para el trabajo.

Diego en el Hospital de la Cruz roja de Valencia.
Diego salió con muletas del hospital y tenía que rehacer su vida para sobrevivir. Durante su hospitalización tuvo siempre la compañía de su esposa. Fulgencia me contaba que durante esos meses de ingreso, ella también tuvo un gran apoyo por parte de su hijo Rogelio, el mayor de ellos, que con solo once años era todo un hombrecito, muy responsable. Todos los vecinos de Algemesí le prestaron ayuda.
Para intentar reincorporarse al trabajo, la empresa Cobra le ofreció un puesto de almacén pero al poco tiempo tuvieron que darle la baja absoluta porque no podía trabajar. Con una pensión muy discreta y siendo padre de tres hijos, tenía que luchar para alimentar a su familia. Frente a esta adversidad aún se unieron más. Decidieron complementar la pensión trabajando en un  quiosco que estaba en venta en Valencia, en el número 5 de la calle Miguelete.

Diego y Fulgencia en el quiosco de Valencia.

Con la indemnización que recibió de la empresa Cobra y pagando a plazos, pudieron comprar el quiosco y, con esfuerzo y sacrificio, trabajaron para vivir dignamente hasta que Diego se pudo jubilar.
Además, el trabajo en el quiosco le brindó la oportunidad a Diego de seguir culturizándose, rodeado de tantos periódicos, revistas y libros. También le permitió relacionarse con personas importantes de Valencia, por la situación de la calle Miguelete, en el centro de Valencia. Por ello conoció gente del arzobispado y de la Catedral.
También en el mismo patio donde tenían el quiosco, había una academia de canto, regentada por el profesor D. Fracisco Andrés Romero, donde acudían a perfeccionar la voz, para ópera o zarzuela, gente de la talla de Alfredo Krauss y otras celebridades del mundo de la música.

En 1985, Diego, escribió y editó un libro dedicado a su pueblo. Llevaba por título: Historia y memorias de un pueblo.

Libro escrito por Diego Plazas Llamas en 1985

En los años 1970 Diego fundó la asociación de pensionistas y jubilados “San Miguel” de Villa de Ves, con la colaboración de Pepe, el alcalde en aquel momento, y Rafael García Tomás. Siendo él presidente y con el apoyo del resto de vecinos, se sacrificó por la asociación y consiguieron algunas mejoras.
Con todo este curriculum, se demuestra que Diego fue una persona sacrificada por los demás, honrado, dialogante e intelectual. Por ello le considero una persona de mérito para el pueblo de Villa de Ves.

Tristemente, Diego Plazas falleció el 6 de marzo del año 2001, tras una vida plena y llena de amor de sus familiares y amigos.

Acerca del libro de Diego:

Este libro supone un legado de gran valor cultural, que aporta información imprescindible para la historia de nuestro pueblo, que de otra forma, se habría perdido en el olvido, y no se habrían podido recuperar en generaciones futuras.  Datos relativos a la geografía, agricultura, tradiciones, fiestas populares, nombres de familias, casas, calles, datos geopolíticos, económicos, religiosos, etc.
En la época de su edición, el libro no tuvo la aceptación que merecía. Muchos en el pueblo no lo valoraron, sin embargo, debemos tener en cuenta que el nivel de lectura y cultura de los habitantes del pueblo, en aquella época, no era muy elevado, como en la mayoría de esa España tan carente de formación académica.
Espero recuperar, a través de este artículo, el mérito y el valor de este libro. Me gustaría animar a las nuevas generaciones a su lectura. Sería deseable que tuviese tanto éxito que la familia de Diego tuviese que hacer una segunda edición del libro.

Amigo Diego, desde estas humildes líneas, mi familia y yo, pretendemos reconocer el mérito que merecéis tú y tu libro. Por tu esfuerzo en mantener viva la memoria de Villa de Ves. Te mando, allá donde estés, un sentido abrazo. Hasta siempre.

La historia de Fulgencia:


D. Inocencio García Cuevas y Dª. Avelina Molina González, padres de Fulgencia.

Dª Fulgencia García Molina nació en Villa de Ves el 14 de febrero de 1922, sus padres fueron: D. Inocencio García Cuevas y Dª Avelina Molina González. Sus abuelos paternos fueron: Alejo y Fulgencia. Y por parte materna, sus abuelos fueron: Santos y Vicenta.
Tuvo cinco hermanos: Alejo, Vicenta, José, Venerada e Inocencio.
Fue bautizada y casada en el Santurario del Cristo de la Vida.
D. Inocencio, padre de Fulgencia, quedó huérfano a los 14 años, cuando murió su padre. En un hogar con pocos haberes, este niño se vio obligado a buscar trabajo. Pidió trabajo en la antigua central hidroeléctrica del Molinar pero por su corta edad no podían admitirlo. Sin embargo, llegó a oídos de un cargo de Hidroeléctrica (H.E.) – que también era huérfano  y entendía su situación – y medió para que colocasen al muchacho en un puesto de operario de máquinas. Vemos aquí un nuevo ejemplo de la parte humana de esta empresa tan relacionada con nuestro pueblo.

Inocencio se casó con Avelina y formaron una familia de cinco hijos, que se permitió vivir con cierta comodidad,  pues, al ser un trabajador de la plantilla de H.E., todos los meses cobraba su salario. 


Padres de Fulgencia
D.Inocencio y Dª Avelina con parte de sus hijos, Fulgencia, Vicenta, Inocencio, su yerno Diego y una nieta: Chelo.
En su tiempo libre, Inocencio cultivaba unas huertas que tenía en la zona del molino, bajo el “Chotil”. También cultivaba en otra parcela en la Huerta Somera. Y aún tenía una tercera parcela en las pozas, entre el antiguo puente y la noguera de Emiliaco. En estas huertas había hortalizas, higueras, albaricoqueros, ciruelos, manzanos, etc. y todo se regaba mediante una acequia que venía, ganando altura, desde la antigua Presa Somera, también tenía un caballo marrón que era utilizado para trabajar la tierra, acarrear frutos en los serones y agua en las aguaderas, y como medio de transporte para ir a la central.
Fulgencia pasó su infancia en Villa de Ves (actual barrio del Santuario), recuerda muchas cosas de esa época pero una de las que más le impactó fue la muerte de un padre y un hijo - ambos se llamaban Vicente - quienes murieron ahogados cerca de las huertas de su padre.
Recuerda los juegos de las niñas, saltar la cuerda, colgarse de los árboles; esto último le costó una caída y un buen susto, pues tuvo que atenderla el afamado Doctor Luis Antonio Garrido Redondo, que atendía en esa época en Villa de Ves.

También le viene a la memoria la celebración de las fiestas en Covalta, la cueva alta del otro lado, a las que le gustaba mucho ir. Otras fiestas que recuerda son las que se celebraban en Villa de Ves, pues el baile se organizaba en un local propiedad de su abuela Fulgencia. Este baile pasó a celebrarse más adelante en la plaza donde se jugaba a la pelota.

Fulgencia con sus hermanas Venerada y Vicenta.

La casa de Inocencio y Avelina:

Situada en la antigua Villa de Ves, en la calle Fuente Requena número 6, o “Rambla de la Sara” junto a la casa de Silverio. En esta casa se crió Fulgencia con sus hermanos felizmente hasta que se independizó al casarse con Diego.
Según cuenta Fulgencia, esta casa no siempre fue así; antiguamente había un pequeño patio por el que se accedía y comunicaba las dos casas, la de Inocencio y la de Silverio.

Frente izquierda casa de Inocencio y Avelina. A la derecha al casa de Silverio.

Como el vecino, Silverio, tenía una burra y siempre le estaba riñendo a gritos y dándole palos, y también trataba del mismo modo a un perro que tenía; Inocencio no quería ese ejemplo para sus hijos, por lo que, tras hablarlo con Silverio, dividieron el patio con una medianera y se construyeron sendas puertas para tener entradas diferentes, quedando la división que se observa actualmente.
Recuerda Fulgencia que su padre era habilidoso y aseado, gustaba de hacer bricolaje en casa. Al parecer, tenía un buen sentido de la estética y se aplicaba en decorar la casa, cosa poco frecuente en esa época. Hizo varias reformas en el domicilio para mejorarlo. Quitó un horno de obra para ganar espacio, aunque la familia aún conserva la pala que se utilizaba para la cocción del pan. Este hecho revela que la familia no tenía dificultades económicas, por su buen empleo en H.E. y por ello se permitían comprar el pan en horno del pueblo, en vez de hacerlo en casa.
A la entrada de la casa, a la derecha, había un aljibe cuya puerta se encargó personalmente de fabricar Inocencio, con detalles estéticos y, sobre todo, seguridad para los hijos pequeños.

Aljibe de Inocencio con la puerta que hizo él mismo.


También mandó hacer una chimenea nueva muy decorativa a un albañil de la Balsa de Ves, con la campana y los laterales chapados con cerámica de diseños muy bonitos. Esta chimenea, probablemente la más bonita del pueblo en los años 30 del s.XX, estaba flanqueada por dos alacenas, que complementaban perfectamente el ambiente del hogar. 

Frontal de la chimenea y dos alacenas.

Detalle de la cerámica de la chimenea

Al conjunto añadieron unos platos de cerámica que Fulgencia cree que fueron comprados en Valencia.
Actualmente, aunque conserva una atmósfera de haber sido una gran casa, está deshabitada y cerca del estado de ruina. La techumbre amenaza con derrumbarse, como muchas casas del pueblo. Fulgencia explica que debido a que los herederos son varios hermanos y el reparto no se ha hecho, es difícil tomar la decisión de repararla.

Una visita a la casa de los cinco herederos:

En agosto del año 2013, Fulgencia, junto con su hijo Fulgencio, mi esposa Manoli, y yo mismo, bajamos al Barrio del Santuario, para visitar esta casa. También visitamos los restos de otra casa, la de Rogelio, padre de Diego en la calle Canaleja. Fue una mañana maravillosa, en la que me dediqué a observar a Fulgencia, quien, a pesar de tener en ese momento noventa y un años, andaba y se movía por las calles como si hubiese rejuvenecido de golpe. Supongo que este ímpetu era fruto de las vibraciones sentidas por tantos recuerdos aflorando de pronto en su tierra natal.
Entramos en su casa, para lo cual tuvimos que hacer una senda entre la maleza del patio.

Patio lleno de maleza
 Fulgencia entrando en la casa donde nació
Su hijo Fulgencio pasó primero y encendió la luz, nos enseñó la casa al detalle y mientras, Fulgencia, estaba parada en el centro de la casa, mirando todo a su alrededor con semblante serio, inmersa en sus recuerdos. 

Fulgencia observando su casa.

Yo vigilaba el comportamiento de Fulgencia y, sin que ella se diese cuenta, pude ver que por sus mejillas resbalaban unas lágrimas.

Fulgencia sentada en la banca antigua, pensativa y dejando escapar algunas lágrimas.

Todo era fruto de la emoción, cada detalle, cada color, cada habitación un recuerdo, cada recuerdo una voz, la cocina evoca olores de infancia, el calor del hogar. Yo mismo tuve que imponerme a ese momento porque corría el riesgo de dejarme llevar por la emoción y mis ojos también empezaban a humedecerse con algunas lágrimas.

Fulgencia y su hijo Fulgencio sentados en la banca de época, percibiendo las vibraciones del pasado.
Detalle de la alacena, cantarera y cántaros.

Transistor y enchufes en la pared.
Cámara de la casa, con el techo apuntalado con viguetas de hormigón para evitar su derrumbe.
Restos de un animal que quedó momificado en un cubo de plástico, arriba en la cámara. Se trata, probablemente, de una gineta que merodeaba en busca de comida, como también ocurría en casa de Remedios.


Ecos del pasado:

Pienso que a Fulgencia le embriagaba la nostalgia. Invadida por imágenes, palabras, recuerdos, resonancias del pasado que reclamaban de nuevo su presencia.
Fulgencia me contaba que, en otra ocasión también se sintió muy emocionada. Fue durante la celebración de su cumpleaños, cuando contaba ochenta y tres años. Su familia organizó por sorpresa una comida a la que asistieron todos sus nietos y biznietos, y después de comer le regalaron un ramo de flores y una fotografía de todos ellos juntos. A ella le agradó mucho esta sorpresa, y no pudo evitar llorar de emoción y alegría por sentirse tan querida, mientras su familia le arropaba con un aplauso.

Todos los nietos de Fulgencia y Diego


La Mansión de los Plazas:

Mansión de los Plazas, la casa del matrimonio Plazas García en Villa de Ves.
Es el domicilio donde el matrimonio vivió largas temporadas, en Villa de Ves, desde que se jubilaron y con sus hijos, ya mayores.

Fulgencia con sus tres hijos: Rogelio, Fulgencio y Aurora.

Fulgencia afirma que solo tiene recuerdos buenos de esta casa, excepto dos sustos que ha tenido recientemente, cuando ella vivía sola. Resulta que dos veces han entrado en el corral de la casa unas culebras, a las que se enfrentó, “con mucho miedo y sudores por todo el cuerpo”, matándolas para que no entrasen dentro de la casa.
Fulgencia en el patio interior reposando en la misma escalera donde vio a las culebras 
enroscadas al sol.

A continuación transcribiré las preguntas que realicé a Fulgencia, a modo de entrevista:

¿Se acuerda mucho de su marido Diego?
“Me acuerdo de él todos los días, y es como si lo tuviese a mi lado”

¿Cómo han sido sus hijos?
“Rogelio, desde pequeño, ha sido muy serio y responsable. Fulgencio destacó por ser un deportista nato, siempre con el deporte. Aurora, como mujer que es, ha sido más revoltosa y exigente, pero los quiero a los tres por igual”.

¿Cómo son sus nueras y yernos?
Son buenísimos todos. Me cuidan mucho.

Fulgencia en tertulia, una tarde de agosto de 2014, a la fresca.
De izquierda a derecha:
Fulgencia, María Flores Amorós, Pepita Fons Martínez, Emilia, nuera de Fulgencia.


Amparo Pardo, nuera de Fulgencia.


Jose Gracia Ramírez, yerno de Fulgencia.

Opinando sobre Fulgencia nos dicen:
María Flores: “Es maravillosa, cariñosa, un cielo de mujer, la quiero mucho.
Pepita Fons: “Para mí y mi familia es una persona excelente, buenísima, con buen humor; la queremos mucho.
Emilia, su nuera: “Estoy contenta con ella y la cuidamos con mucho gusto. No tengo quejas, nunca he tenido problemas con mi suegra”.
José Gracia Ramírez, su yerno: " Yo quiero mucho a mi suegra y siempre la he cuidado con mucho gusto".
Amparo, su nuera: “Es una suegra muy buena, se ha prestado para los buenos y malos momentos”

Dedicatoria y agradecimientos:

Este artículo se lo dedico a D. Fulgencia García Molina, que con sus noventa y dos años tiene la admiración de todo el pueblo de Villa de Ves.
Para concluir, me gustaría transmitir al lector que el mejor y más emotivo recuerdo es volver a la casa de los padres, donde uno nació, donde se percibe la paz interior que uno solo encuentra en el paraíso de su hogar.

También quiero expresar mi gratitud a los hijos de Diego y Fulgencia: Rogelio, Fulgencio y Aurora, por todos los datos y material fotográfico aportado. Sin su colaboración no sería posible este artículo.

Fulgencia con Aurora.
Como siempre, Fulgencia, muy activa, visitando la exposición de fotos de la gente del pueblo en la casa de la cultura de Villa de Ves.

Desde este blog seguimos haciendo historia y recuperando parte de nuestro pasado.
Gracias a los lectores, tanto los habituales como los que casualmente nos han conocido navegando por Internet. Gracias a los que nos felicitáis con vuestros comentarios porque vuestras opiniones refuerzan nuestras ganas de investigar más sobre el pueblo.
Hasta el próximo artículo, espero que hayáis disfrutado.

Vicente Jiménez García .
Vicente Jiménez Cruz.